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Cuando Max pide en un sitio web que desaparezca su pequeño y molesto hermano, una gigantesca mano surge de un portal en su habitación y cumple su deseo. Ahora, debe adentrarse en otra dimensión repleta de criaturas anormales y rescatarlo antes de que Mostacho, el villano que lo raptó, tome posesión de su cuerpo para adoptar su juventud.
Max: The Curse of Brotherhood no brilla por su historia, pues es un cliché de muchas otras tramas de corte infantil, sin mencionar que la mayoría de los diálogos de los pocos personajes rayan en lo ridículo. En ese sentido, el juego es absurdo. Sin embargo, es un factor que rápidamente olvidas cuando experimentas sus sencillas, pero entretenidas mecánicas de juego de plataformas.
A diferencia de un libro, que engancha al lector desde las primeras páginas, este título arranca flojo y sin elementos que nos permitan sentir que estamos frente a algo distinto a lo habitual. De primera impresión, es la típica experiencia de plataformas genérica en la que debemos desplazarnos del punto A al B mientras saltamos, nos agachamos y eludimos enemigos. Sin embargo, una vez que avanzamos los primeros 15 minutos, la situación cambia favorablemente, pues paulatinamente se presentan nuevas mecánicas.
Todas provienen del plumón mágico que usa Max como herramienta para defenderse y resolver los puzzles. Con su marcador, que funciona como una especie de puntero, alteramos ciertas zonas de los escenarios cuyo objetivo es crear opciones que permitan avanzar sobre ellos. Por ejemplo, podremos provocar que cúmulos de tierra surjan del suelo con el fin de tener columnas que posibiliten alcanzar planicies altas; hacer que florezcan raíces de las paredes y así formar nuevas plataformas que permitan brincar más fácilmente algunos acantilados y hasta concebir toboganes de agua que sirvan como trampolines para llegar a nuevos lugares.
Lo interesante es que, según la situación que se presente, pensaremos cómo crear los objetos, pues existe cierta libertad para darles forma y eso, en unos casos, facilitará la solución. La mayoría de los desafíos son sencillos, sin embargo, algunos requieren combinar (o emplear) todas las técnicas aprendidas, lo que implica invertir más tiempo para resolverlos. Es una situación que se agradece, pues si hay algo en lo que el juego falla radicalmente es en su desmesurado uso de checkpoints: los encontramos en cada rincón y hasta el propio Max es uno de ellos, pues el lugar en el que muere es donde casi siempre reaparece, así que generalmente se trata de un viaje calmado y sin preocupaciones.
En cuanto al esquema de control, es minimalista y fácil de dominar: la palanca izquierda se encarga de que Max camine, corra y se agache, así como de hacer que se sujete de bordes y se cuelgue de lianas. El botón A será para brincar y el X para interactuar con objetos; sin embargo, este último es muy inconsistente cuando se trata de mover bloques u otras cosas de un lugar a otro, lo que quizá llegue a ser frustrante. Por su parte, el marcador sólo requiere dejar presionado el gatillo derecho para que aparezca en pantalla, del mismo modo que las áreas en las que lo usemos; mientras esté activo, presionar A hará que la tinta cree elementos y B los anulará o cortará (según sea el caso) para usarlos de distintas maneras. Esto último ocurre mientras Max permanece inmóvil, sin riesgo a ser atacado en el proceso ya que la cantidad de enemigos es minúscula.
Pese a que Max: The Curse of Brotherhood presenta personajes animados como los de muchas películas animadas CGI, sus entornos poseen un grado de realismo y lucen hermosos. El agua y la lluvia, los efectos de luces y sombras, el polvo y el follaje de los árboles, por mencionar unos ejemplos, son de lo mejor que he visto en las pocas propuestas Arcade con las que actualmente cuenta el Xbox One. El motor gráfico, además, funciona armoniosamente con la física implementada en el juego y se ve reflejado en cómo los objetos creados caen al suelo; incluso, el comportamiento de algunos beneficiará (o perjudicará) la manera en que se resuelven ciertos puzzles. En cuanto al apartado sonoro, la música no es espectacular, pero reacciona a las situaciones que suceden en pantalla. En conjunto con los cortos diálogos de Max, a veces un poco irritantes, funcionan como un indicador para saber si vamos por buen camino en la solución de los puzzles.
La experiencia general es estupenda y muy entretenida. Es una propuesta single-player que brinda 20 niveles de buena duración y que se torna gratificante cuando resolvemos acertijos mediante creatividad e ingenio, particularmente porque no siempre tendremos que hacerlo de la manera en que fueron diseñados. Se requieren, aproximadamente, 6 horas para concluir la aventura, aunque probablemente la repitamos con el fin de conseguir todos los coleccionables que, dada la complejidad para obtener algunos, posiblemente omitiremos en el primer intento.
Definitivamente, Max: The Curse of Brotherhood es una propuesta altamente recomendable para los amantes del género de plataformas. Quizá no sea el mejor exponente que hay en el mercado, pero sus mecánicas de juego son distintas, intuitivas y ofrecen una nueva forma para la solución de puzzles. En una industria en la que actualmente es difícil innovar, este Arcade llega para demostrar lo contrario.
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