Su corazón latía con fuerza, impulsado por la emoción que le provocaba estar con Susana, cuyos ojos, al igual que dos luceros de luz, iluminaban el valle de la soledad de Pedro.
Antes de verla compró un ramo de rosas rojas, tan rojas como sus labios carnosos. Decoró el automóvil con pétalos de flores blancas, con la intención de lograr un impacto en ella al notar esos detalles creativos. La fue a recoger saliendo de clases y cuando la tuvo dentro del carro le confesó acerca de las mariposas que volaban dentro de su panza, le pareció un dato coqueto para desmostarle su sinceridad. Tímido, acarició su mano mientras le recitaba algunos poemas que emanaban desde el fondo de su pecho.
Cuando llegaron a casa de Pedro, él se bajó del carro para abrirle a su princesa la puerta y así cargarla hasta llevarla al sillón de su sala. Al recostarla, sacó de su pantalón una hoja donde había escrito su sentir, de cómo estaba profundamente enamorado de ella y lo que sería capaz de hacer por estar juntos. Ella, al escuchar las palabras y ver su mirada, la de un loco enamorado, soltó una lágrima que recorrió su mejilla. A Pedro le habría encantado que ella también le contestara, sin embargo sabía que si le quitaba el trapo de la boca se pondría a gritar, pero para eso tenía guardada una sorpresa. Subió a su cuarto por una jeringa con sedante y al regresar intentó consolar a su amante diciéndole que se tranquilizara. Después de esta inyección la iba a desamarrar para que por fin pudieran estar juntos.