La innovación nunca ha sido de las principales cualidades de la industria del pixel; provocativo como suene, casi herético, desde los inicios de este entretenimiento se han realizado imitaciones explícitas de los títulos más populares, y no hace falta examinar con microscopio la copia contundente que Asteroids hizo de Computer Space, el primer producto comercializado en la historia del videojuego. De aquellos primeros años se levanta una ola de incontables ejemplos, precisamente Asteroids con su infinidad de clones entre ellos Galaga, Pac-Man y su familia estelarizando una docena de aventuras, además de sospechosos parecidos en concepto como Thief y Mouse Trap; o Super Mario Bros., que heredó cualidades de varios sucesores, las refinó y las aprovechó para varias secuelas similares, para ser imitado en noción por Alex Kidd, que hasta mantenía los bloques con signo de interrogación, y Sonic the Hedgehog, tan alabado por su inventiva en los esquemas de plataformas, sólo cambió ciertos elementos de una fórmula establecida.
Es así que hablar de creatividad siempre despierta acaloradas discusiones y ácidas críticas hacia quien, en las formas del entretenimiento, no la busca como su máximo ideal. El imitador, por más frescura que aporte al trabajo inicial, siempre será calificado como mediocre al no tener talento creador, y será visto con cierto resentimiento o desprecio. Pero aunque solemos mitificar a esta fuerza innovadora como un acto absolutamente original, nuestro comportamiento creativo está vinculado con la memoria colectiva, sea consciente o enteramente inconsciente, licuando en una mezcla de imágenes y sentimientos lo que hemos recibido de diversas fuentes. En pocas palabras, aprendemos imitando, somos criaturas miméticas que por medio de emular y entender lo que se ha hecho antes, podemos reproducirlo de un modo diferente o en los casos más virtuosos, aportar algo completamente nuevo. Para crear es necesario transformar lo que conocemos, combinar elementos previos que se sumen a una idea y al final, surja la variación; en los términos más fundamentales, las obras maestras en la historia de la humanidad siempre han sido meras interpretaciones de la cultura y el mérito de sus autores fue conectar ideas y conceptos en una fórmula entendible para cada individuo, sin importar el contexto.
Con tales antecedentes, podría ser cuestionable exigirle a las fuerzas desarrolladoras que dejen de hacer versiones de la misma idea, como sucede con los juegos de disparos en la actualidad, o más allá, que eviten hacer remasterizaciones de clásicos del pasado. La realidad es que aún si este mal aqueja a la industria desde su nacimiento, el derecho a reclamar mejores productos está en nuestras manos y nuestro poder adquisitivo, considerando que se trata de un negocio, el único inconveniente es que en dosis constantes, las compañías apelan a la nostalgia y a la familiaridad, dos características que nos convencen de que ese juego nuevo, que parecería poco original, luce deleitable a la vista y disfrutable a nuestros dedos, en especial cuando el control está diseñado del mismo modo que otros títulos idénticos.
Nostalgia desgarradora
La nostalgia es una herramienta poderosa, es el sentimiento que nos evoca momentos entrañables, y con la misma fuerza que las memorias del pasado sacuden nuestros recuerdos, la mercadotecnia busca golpearnos con productos que exploten tal añoranza. Un paseo casual entre los pasillos de una juguetería evidencia el intento por recapturar a la audiencia con las más célebres franquicias de la generación X: G.I. Joe, Transformers, Tortugas Ninja, Ositos Cariñositos, todos renovados y reinventados para atraer a la creciente generación digital, pero diseñados para atrapar el corazón de un adulto que los poseyó en la infancia, o mejor aún, que nunca tuvo oportunidad de tenerlos todos; al final, cuando se suma el valor nostálgico a un poder adquisitivo considerable, el resultado siempre termina en ventas seguras.
Afortunadamente, estas prácticas no siempre incurren en la siniestra ambición de sus autores, hay ocasiones en que siguen intenciones nobles, como al intentar recuperar una franquicia que está al borde de la extinción o adaptar a las audiencias actuales un producto que parecía perderse en las arenas del tiempo. En la literatura vemos algo similar únicamente como reimpresiones de los clásicos, nuevas ediciones que permiten al público joven descubrir la magia de ese título y a las generaciones del pasado, reencontrarlos, pero sin que haya más modificaciones; dentro del ámbito cinematográfico son reinterpretaciones de un trabajo original, con nuevos actores, un diferente equipo de producción y un enfoque distinto; y en los videojuegos tienen dos vertientes completamente opuestas: el reinicio y la remasterización. El primero tiene un afán explícito de cambio, y el segundo con la idea de conservar esencia, si bien con ligeros ajustes estéticos.
Es lo mismo pero no igual
La remasterización se maneja de un modo similar a cuando se reimprime una obra literaria, con una diferencia particular, y es que se guían por una creciente necesidad de renovarse. A diferencia de la palabra escrita, cuya naturaleza es seguir intacta mientras la humanidad tenga ojos y comprensión para leerla, en la escena del pixel la tecnología avanza sin detenerse, amenazando constantemente con dejar una colección de clásicos en pleno naufragio, a favor de nuevas experiencias y propuestas más frescas. Pero va más allá, un libro puedes leerlo ahora o dentro de cien años y las palabras se conservan iguales, así como el contenido mostrado por el autor; los videojuegos, por su parte tienden a considerarse obsoletos con el paso del tiempo, su mecánica es comparada con ojo crítico con respecto a ofertas más recientes, los gráficos pierden gracia, en tanto la narrativa expone su carencia de fluidez.
Por supuesto, las obras maestras perduran y resaltan, como en cualquier otra forma artística, pero siempre existe la posibilidad de que un buen juego pase desapercibido y su oferta de entretenimiento se pierda. La virtud de remasterizar radica en renovar lo viejo, y hacerlo relevante a la actualidad, aprovechando para mejorar esos aspectos anticuados, aumentando el conteo de polígonos y cambiando las texturas a mayor resolución, ajustando el control y corrigiendo errores de programación, o en general, por medio de enmendaduras para crear un producto más refinado.
Abogacía diabólica
Un ejemplo destacable se dio con The Legend of Zelda: Ocarina of Time 3D, controvertido por ser casi idéntico al original y no aportar algo nuevo, pero que al final cumplió un propósito esencial: dio a los fans justo lo que deseaban. Como se muestra en dicho caso, es difícil mantener un balance entre conservar intacta la obra original y brindar a los fanáticos algo refrescante, o al menos adicional a lo que contenía la primera versión; para efecto válido, la edición remasterizada de Ocarina of Time aportó Second Quest, presentación estereoscópica y gráficos depurados. Que se tratara de un movimiento frívolo y calculado por parte de Nintendo para exprimirle más dinero a uno de los títulos más memorables en los registros del pixel, es una cuestión de negocios, pero el resultado fue el mismo: los acólitos de la franquicia quedaron satisfechos.
Sin ilusiones ni engaños, es fácil caer ante las justificaciones de una remasterización y reconocer que tal vez se traten de un mal necesario e incluso pensarlas como una necesidad imperante que los detractores no deberían rechazar. De frente a los altos costos de producción que exigen los títulos taquilleros, una remasterización es la oportunidad de generar buenas ganancias con una inversión insignificante, para así capitalizar otros proyectos. En la misma línea, permite que las multitudes disfruten de juegos a los que de otro modo no tendrían acceso, después de todo las limitantes tecnológicas impiden insertar un cartucho en las ranuras de disco, aunque claro en el caso de PlayStation y Xbox, la ausencia de retrocompatibilidad siempre fue un movimiento premeditado; pero cuando se mira desde una perspectiva global, brinda la oportunidad de ampliar la librería de clásicos, con esa necesaria pintura adicional para hacerlos todavía más seductores.
Comentarios
Mejores
Nuevos